Halloween: Golosinas de una noche vacía
Isabel Correa Navarro
Académica carrera de Psicología
Universidad Santo Tomás sede Viña del Mar
Celebrar, según la Real Academia
Española de la Lengua (RAE) es la acción de festejar, conmemorar un
acontecimiento. ¿Cuál es el acontecimiento que celebramos en Chile?
Formalmente, el 31 de octubre está marcado en nuestro calendario como el Día de
las Iglesias Evangélicas y protestantes, festividad religiosa en honor a las 95
tesis del monje alemán Martín Lutero, lo que inició la Reforma protestante de
1517. En Chile esta conmemoración es instaurada mediante la ley 20.299 en 2008
en el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet. Esto es lo que oficialmente
se celebra, pero ¿es lo que está en nuestra memoria al nombrar la fecha? Pregunte
a personas de su entorno qué se celebra, ¿qué le responderán espontáneamente?
Halloween es la víspera de la
celebración de Todos los Santos, que es el 1° de noviembre, fiesta de origen
celta importada a Chile vía cultura norteamericana, la cual fue masificada de
la mano de la comercialización de productos relacionados como caramelos y
disfraces, principalmente en los supermercados y tiendas del rubro, plagadas de
adornos negros y naranjos con grandes calabazas plásticas. El foco del comercio
está en particular en los niños, quienes, en esa noche, piden caramelos a sus
vecinos en sus barrios. Entonces, ¿cuál es la relación en nuestro medio entre
estas tradiciones importadas y la celebración del Día de las Iglesias? Ninguna.
A partir de ello surge otra pregunta: ¿por qué entonces en Chile hacemos estas
cosas ese día? Las respuestas son diversas. Una de ellas guarda relación con la
permeabilidad histórica que tenemos a las influencias extranjeras, en
particular de las culturas anglosajonas vistas convenientemente como “superiores”
y al magnetismo aprendido que provoca el consumo, el mareo iluso de que será divertido
y especial para los/as niños/as, lo que tal vez sí se logra, pero se podrían
tener los mismos resultados con otras cosas y sin necesariamente gastar en
éstas en particular.
Esta celebración ha ido en
aumento en nuestra sociedad a pesar que hay una parte de ella que no lo hace, una
respuesta a un espejismo, vivenciar un momento como si fuésemos de otras
latitudes, nos dejamos llevar por lo que parece bueno y feliz, lo que se ve
hermoso y atrayente en la góndola del supermercado. A pesar que no nos hace
sentido, nos ilusionamos con el encandilamiento de lo verosímil por sobre lo
verdadero, lo que nuestro cerebro procesa como real sumado al baño empalagoso
de dopamina y serotonina que el azúcar extra le inyecta, nos engolosinamos en
una noche vacía. En este comercio de la fantasía compramos indulgencias que nos
hagan sentir bien, como las que la Iglesia Católica vendía al selecto grupo de
creyentes que podían pagarlas y sentir con ello, la convicción de la remisión
del pecado, que un día 31 de octubre Martín Lutero cuestionó y rechazó con
fuerza iniciando la revolución de la Reforma.